Vidas crucificadas
La Pasión. Jesús de Nazaret fue condenado a la muerte más horrible, en la cruz, por hereje y revolucionario. Pero la utopía del amor (incluso a los enemigos) del Nazareno no murió en el Gólgota... La locura de Cristo, 2005 años después, sigue moviendo a más de mil millones de seres en el mundo -en estos días reviven su muerte y resurrección-, y a locos misioneros. Se lo juegan todo por sus preferidos, los más pobres y desvalidos. Incluso la vida. Ni los marines se atreverían a pisar los infiernos donde viven y mueren muchos de estos ángeles de Dios. Y otros muchos, como el Maestro, son perseguidos por las autoridades civiles y religiosas. Esta es la historia de cuatro crucificados de hoy.
Christopher Hartley Sartorius. Nada más pisar la vieja isla de La Española, el sacerdote español, crecido en la fe tras la estela de una significada tutora, Teresa de Calcuta, supo de la envergadura de su misión y junto a quiénes estar. «Siempre es Viernes Santo en el cañaveral», escribía al poco desde Los Llanos, en República Dominicana. Han pasado unos años y el padre, defensor de los esclavizados haitianos que cortan la caña de azúcar, vive amenazado y con protección. «Cualquier día encontrarán tu cuerpo por uno de esos caminos de barro que recorres», fue el mensaje que los poderosos del lugar quisieron mandarle con voz de capataz. «Y lo hará alguno de esos braceros a los que tanto defiendes», agregaba el mensajero subrayando lo fácil que es reclutar para el crimen vicario.
Desde aquello que se atrevió a decir al presidente de la República que visitaba un poblado de braceros en 2000 («Señor presidente, está usted en la antesala del infierno»), el religioso tiene más en su batalla de Fray Bartolomé de las Casas (defensor de los indios tras el Descubrimiento) que de los Reyes Católicos, con quien le entronca la genealogía de su apellido materno. Aunque él dice que su única causa es Jesús. «No me iría de mi casa para construir un pozo, no soy tan generoso. No me mueve la fraternidad mundial, necesito una motivación mucho más fuerte, y es Cristo».Primero lo buscó en el Bronx, Nueva York, donde pasó 13 años.Desde 1997 sigue sus pasos, a veces Gólgota arriba, entre las plantaciones de caña del sureste dominicano. Los títulos de sus Cartas desde la misión marcan la geografía de su compromiso: El amargo sabor del azúcar, Santos en el infierno, Meditación de un misionero ante la Cruz... Ultimamente, sus mensajes por e-mail llevan el vértigo de quien sabe que han puesto precio a su cabeza: «Recen por mí». Para él, «arrebatado por la locura de la cruz..., dar la vida es la única manera que tiene un misionero de amar». En esta orilla le quieren proponer para el Príncipe de Asturias.
José Carlos Rodríguez. Este comboniano sabe que se la juega cada día que permanece en Uganda. Llegó al país africano a los 20 años y lleva ya 25 entre dos fuegos: la guerrilla del Ejército de Resistencia del Señor del sanguinario Joseph Kony y las fuerzas gubernamentales. En medio, José Carlos está empeñado en salvar a los niños soldado de la guerra que, desde 1986, asola el país y que ha robado la infancia a más de 30.000 críos convirtiéndolos en «máquinas drogadas de matar, en buscadores de venganza, sin otro futuro que el fusil AK-47».
Los rebeldes del autoproclamado profeta Kony acusan al misionero de robarle niños soldado. Y las autoridades del presidente Museveni no lo ven con buenos ojos desde que denunció las redadas que realiza el Ejército en campos de refugiados. Para Rodríguez no hay vuelta atrás: «El resto del mundo mira para otra parte; Dios, no».
Juan Carlos Martínez. La madrugada de Reyes de 2004, unas 200 personas, borrachas y drogadas, entraron en la misión de Juan Carlos en Roraima (Brasil, Estado fronterizo con Venezuela y Guyana). Rompieron todo y a él se lo llevaron como rehén. Le dijeron que lo iban a matar. El secuestro sobrevino en la guerra que libran por un lado el Gobierno central, la mayoría de los indígenas y la Iglesia católica y, por el otro, el Gobierno local, corrupto y apoyado por siete terratenientes arroceros opuestos a la decisión federal de crear una reserva indígena en Raposa Serra do Sol. Y en medio, de nuevo, otro misionero. Esta vez de La Consolata y logroñés. Tiene 39 años y lleva 10 en Brasil.Sabe que los terratenientes no se andan con chiquitas. Hace un mes mataron a una monja cerca de su misión. Simplemente por defender los derechos de los indígenas. «Pueden volver a secuestrarme.Son gajes del oficio», dice este iluminado del Evangelio dispuesto a jugársela por el Cristo defensor de los oprimidos.
Manuel Hernández. Carmelita descalzo, es el único capellán español que resiste en Bagdad, superviviente de la tragedia bélica que ha convertido Irak en una macabra danza de muertos. «El prior ya me ha dicho que, si me secuestran, no hay dinero para el rescate.Pero si me fuera, ¿con qué cara miro luego a esta pobre gente?».Hasta en la legación española temen por su vida. Pero, a sus 64 años, el padre Manuel está curtido en mil batallas y curado de espantos. Pasó 21 años atendiendo a pobres y leprosos en el Congo y en Kenia, donde rozó la muerte por paludismo. «Aprendí a sufrir con una sonrisa en la cara». Y dice más: «Los misioneros somos de otra pasta».
Ahora, por la situación, se encuentra como un tigre enjaulado, deseando salir a la calle en busca de enfermos o huérfanos. A su familia le dijo que se iba a Siria, pero su sobrino le vio por la tele, y le llamó: «Tío, ya sabemos donde estás». Y sin miedo: «A Jesús le mataron y yo, por ahora, sigo vivo, oyendo los lamentos de su pueblo y tratando de aliviarlo».
La de misionero es una vocación de alto riesgo. Cada año son asesinados una media de 25 en todo el mundo. / Además de los cuatros «crucificados» destacados en este artículo, hay otros muchos más: Pedro Casaldáliga, Jon Cortina, Pilar Vila San Juan, Pilar Díez Espelosín, Chema Caballero, Alfonso de Juan, Juliana Calvo...
José Manuel Vidal / Ildefonso Olmedo.