Educando sin sobrepotección

En la naturaleza, cuando una osa polar, por ejemplo, enseña a su osezno a escalar una ladera nevada, ella sube primero y espera que su pequeño le siga. Seguramente, el cachorro resbale unas cuantas veces en su intento de alcanzar la cima, pero lo más probable es que su madre no baje a ayudarle, al contrario, observará paciente los esfuerzos de su hijo y, finalmente, el osezno llegará junto a ella por su propio pie o, en este caso, su propia pata. Acaba de darle una lección de vida.

Si este mismo episodio se produjese en el entorno humano del siglo XXI, en la mayoría de los casos, los padres, en un instinto de protección, bajarían de inmediato a socorrer a su hijo y le ahorrarían un sufrimiento innecesario. De lo que no se estarían dando cuenta es que, igualmente, le estarían ahorrando la oportunidad de aprender a enfrentarse al mundo por sí mismo, sumando un niño más a la generación 'copo de nieve'.

Esta es la moraleja que se desprende del libro 'Déjale crecer, o tu hijo en vez de un árbol fuerte será un bonsái', escrito por Javier Urra, doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud, primer Defensor del Menor en España y actual psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia, cuyo objetivo es orientar a los padres para que no caigan en el error de educar a sus hijos mediante la sobreprotección.

«Generamos niños que son como el cristal, duros pero frágiles», expresa el psicólogo, cuando lo que necesitan es tiempo y espacio para descubrir el mundo por ellos mismos. «No se les puede sustraer la infancia, han de experimentar y descubrir quiénes son y lo que quieren ser sin sentirse absolutamente controlados. La sobreprotección se convierte en un patrón dañino y no fortalece la tolerancia a la frustración», agrega.

El problema surge del miedo de los propios padres, tanto a que sus hijos sufran como a que se vuelvan contra ellos. Así, muchos progenitores renuncian a serlo y adoptan la figura de colega o de abogado defensor, cuando lo que verdaderamente necesitan los niños es alguien que les muestre lo que está bien y lo que no. «Amigos podemos tener muchos, pero padres solo dos, por tanto, a los hijos no se les puede privar de una figura tan esencial», dice Urra. «Hay padres que no calculan el daño que hacen a sus hijos al mostrarse retadores ante profesores, entrenadores y árbitros. No permitir que le dé el aire por la cara al hijo es un error que tendrá consecuencias a corto plazo», advierte.

Otro miedo reside en el temor a que los niños se traumen al castigarlos, pero «la sanción es necesaria, es parte de la educación», opina el doctor. Con ello, no defiende los castigos físicos, que considera muy perjudiciales y contraproducentes a la hora de educar, pues fomentan la agresividad de los menores a largo plazo.

«Transmitir una educación con alma»

Sobreproteger en exceso sitúa a los niños en riesgo frente a la vida, haciéndoles caprichosos, narcisistas, impertinentes y demandantes, además de incapaces de asumir el rechazo. La personalidad se forja en la infancia y cambiar una personalidad de estas características en la adolescencia es prácticamente imposible. Por otra parte, obsesionarse con complacer a los hijos puede tener consecuencias perjudiciales en el matrimonio. «Muchas parejas se separan cuando los hijos se van de casa y es porque viven para los hijos», dice el psicólogo, olvidándose así el uno del otro. Los hijos son fruto de los padres, pero «no pertenecen a los padres, así como las mujeres no pertenecen a los hombres», añade.

Por otro lado, los cambios sociales y tecnológicos están modificando las conductas humanas y las formas de educación. Como consecuencia de ello, la autoridad se está diluyendo. Antes eran los padres, los abuelos y los maestros los que transmitían el saber y la educación, pero ahora también los medios de comunicación y las redes sociales participan en el aprendizaje de los hijos y hay que saber cómo lidiar con ello. «A veces, las redes o la televisión influyen más en la educación que el propio ejemplo de los padres», expresa Urra.

Para educar es fundamental respetar y ser respetado, «transmitir una educación con alma, basada en el noble arte de la conversación y la práctica». Para ello, el experto recomienda hablar con los hijos de los temas difíciles, como la muerte, y dejarles vivir situaciones complejas para forjar su disciplina, empatía y fortaleza, entre otras cualidades, ayudándoles a convertirse en adultos independientes, capaces de sobreponerse de cualquier dificultad. Así, considera muy beneficiosas las visitas a niños en hospitales o a ancianos en residencias. «Debemos asumir que nuestros hijos van a sufrir, pero lo harán menos si los preparamos para que afronten con éxito la parte amarga de la vida», explica Urra. Y concluye con una afirmación personal, «no me preocupa tanto el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, como los hijos que vamos a dejar al mundo».

Ocho peligros de la sobreprotección según Javier Urra

-Damos a los hijos siempre la razón aunque no la tengan.

-Permitimos que nos chantajeen.

-Les transmitimos nuestros miedos y ansiedades.

-Invadimos sus espacios de libertad.

-No les enseñamos a solucionar por sí mismos los problemas.

-Se convierten en niños egoístas y narcisistas.

-Aprenden a mentir como protesta a nuestra actitud fiscalizadora.

-No les dejamos fortalecer su voluntad.

Elena Martín López