La generación de vuelta
Érase que se era un barco a la deriva. Un barco repleto, pero sin brújulas, sin velas, sin remos, sin cielo nocturno ni orientación.
Aquel barco se echó un buen día a la mar, liviano y suave, con velas rojas, con una bandera negra que portaba en su interior una calavera y dos tibias cruzadas. Las velas de la libertad, la fraternidad y la igualdad ondeaban al viento, las brújulas de Más Allá, de Utopía y de Sueños indicaban el camino a seguir, los remos de la unión y la fuerza, de la solidaridad y la lucha, de la mano alzada y el grito contra la opresión iban abriendo brecha en el vasto océano de la historia, y el inmenso cielo nocturno, lleno de estrellas a las que seguir, hacía profunda mella en los espíritus inquietos de los marineros.
Pero pasó lo que tenía que pasar. En la bodega del barco había una habitación con un gran cartel: "Medios". Y a su lado había otra, mucho más pequeña, en la que se podía leer: "Fines". Y resultó que, a medida que avanzaban por el océano de la historia, los marinos de aquel barco fueron pensando que tenían bastante con sus propios medios, que lo importante del navío era cada uno de ellos. Así pues, mientras conquistaban lejanas costas, se dijeron que ya no necesitaban brújula, pues no había nada mejor que ellos mismos para guiar sus pasos. Y arrancaron las brújulas de Más Allá, de Utopía y de Sueños, y las metieron en aquella oscura habitación de la bodega en la que se leía "Fines", al tiempo que sacaban de la de al lado, la de los "Medios", un enorme baúl lleno de Deseos Instantáneos, fáciles de manejar, que los mantuvieron entretenidos durante mucho tiempo.
Pero pasó el tiempo, y pronto descubrieron que había dos velas rojas inútiles que no servían para nada, porque no se movían al ritmo del Viento Individual. Y, descolgando la igualdad y la fraternidad, las escondieron en la habitación donde estaban las brújulas. La vela de la libertad, obligada a llevar el barco entero, se rajó por la mitad, y quedó como un recuerdo de lo que fue alguna vez. Así que los marinos sacaron un hilo de oro de la habitación de los Medios, y remendaron la libertad como pudieron.
El barco se movía cada vez con más lentitud, mientras una nueva generación nacía a bordo. Y, mientras los nuevos nacidos descubrían el mundo, pasó que el barco comenzó a hundir la proa, y que hubo que soltar peso. Y como ya no había lugar hacia el que navegar, porque los marinos de a bordo no podían mirar más allá de sí mismos, decidieron lanzar al mar los remos, atados con la bandera negra que presidía el palo mayor. Y dejaron caer a la historia la unión y la fuerza, la solidaridad y la lucha, la mano alzada y el grito contra la opresión. Los marinos no se dieron cuenta porque estaban demasiado ocupados intentando hacerse con todos los Medios a su alcance. Telarañas cubrieron la puerta de la habitación de los Fines, que fue olvidada por completo, y el barco quedó a la deriva, mientras algunos de la generación recién llegada se preguntaban por qué nadie miraba el cielo, por qué había huecos donde antes habían estado las guías del barco.
Aquella generación recorrió la cubierta probando todos los Medios hasta la saciedad, pero se dio cuenta, con pavor, de que la cubierta del barco era pequeña, de que Más Allá debía haber algo y nadie les hablaba de ello, de que la Utopía y los Sueños, que sentían dentro, parecían ser solamente productos de una fiebre mal curada. Y decidieron volver, sin saber por qué o para qué.
Esta noche unos cuantos de la generación de Vuelta estamos mirando el cielo estrellado, lejano, borroso, incierto. Estamos hablando entre nosotros, en voz baja, para que ningún marino experimentado se ría, de las velas que faltan, de las brújulas que deben andar en algún lugar de las bodegas que hemos olvidado. Muchos han huido de nuestro lado, pensando que nos quitarán los Medios si buscamos los Fines. Los que quedamos aquí, en cubierta, hartos y vacíos, sonreímos, nos miramos, miramos al cielo. Y he aquí que hemos descubierto una estrella ahí, en mitad, hacia el Norte. Hemos decidido llamarla Amor, sabiendo que nadie nos la había enseñado nunca porque están demasiado ocupados mirando el hilo de oro con el que remendaron la Libertad. Hemos decidido seguirla, bajar, llegar hasta la bodega, quitar las telarañas, pintar un trozo de tela negra con una calavera y dos tibias, y poner el barco en marcha. Mañana quizás nos arrepintamos. Pero es mejor que nos tiren por la borda de la historia, que seguir a la deriva, sin nada más que nosotros mismos y nuestro repleto barco sin brújulas, sin velas, sin remos, sin cielo nocturno ni orientación.
J.M. Llamas