El corro de la felicidad

Un día, no hace mucho tiempo, un campesino se presentó a la puerta de un convento y llamó con fuertes aldabonazos. Cuando el hermano portero abrió el pesado portón de roble, el campesino sonriente le enseñó un magnífico racimo de uvas.
-Hermano portero –dijo el campesino- ¿sabes para quién he traído este magnífico racimo de uvas, el más hermoso de mi viña?
-Quizás para el abad o para otro hermano del convento.
-No. ¡Para ti!
-¿Para mí?- El hermano portero se puso rojo de contento-. ¿Lo has traído precisamente para mí?
-Claro. Porque te has portado siempre conmigo como un amigo y me has ayudado siempre que te lo he pedido. Quiero que este racimo te dé un poco de alegría.

La alegría sencilla que brotaba espontánea en el rostro del hermano portero se reflejaba también en el campesino.

El hermano portero colgó el racimo de uvas bien a la vista y lo estuvo contemplando toda la mañana. Pero de repente le vino una idea: “¿Por qué no llevar este racimo al abad para darle un poco de alegría también a él?”.
No lo pensó dos veces, cogió el racimo y se lo llevó al abad. El abad se alegró de verdad. Pero se acordó que había en el convento un fraile anciano que estaba enfermo y pensó: “Le llevaré el racimo, así se aliviará un poco”.

Así el racimo de uvas emigró de nuevo. Pero no se quedó mucho tiempo en la celda del fraile enfermo. Éste pensó que el racimo sería una delicia para el hermano cocinero, que pasaba todo el día sudando en la cocina junto al horno y el fuego, y se lo hizo llegar. Pero el hermano cocinero se lo regaló al hermano sacristán, por darle un poco de gusto también a él. Y éste se lo llevó al hermano más joven del convento, que se lo pasó a otro, y a éste le vino la bonita idea de pasarlo a otro. Hasta que, de fraile en fraile, el racimo de uvas volvió al hermano portero para alegrarle la vida también a él. A sí fue como se completó el corro. El corro de la felicidad.

No esperes a que empiece otro. Te toca a ti hoy empezar el corro de la felicidad. A veces basta una chispa muy pequeña para explosionar una carga de dinamita enorme. Basta una chispa de bondad y el mundo empezará a cambiar. El amor es el único tesoro que se multiplica al dividirlo.

(Historias para acortar el camino, Bruno Ferrero)