Mundo enfermo

Los hechos narran una novela lacrimógena de Charles Dickens. Un tipo en Marbella se va al lupanar y, eso sí, padre consciente de sus obligaciones, se lleva consigo a su hija de tres años a la que abandona dentro del coche mientras papá se alivia sus menesteres. Cuando el cuerpo se pone golfo uno nunca sabe dónde pararlo y el tipo se olvida de su niña, obnubilado por el desenfreno; en mitad de la noche, la niña despierta y presa del pánico huye del automóvil en busca de papá. Un chico negro de los que han llegado a Cabopino en patera durante estos días, la condujo de la mano hasta la comisaría de policía, único domicilio para él conocido desde su reciente llegada a las costas de esta Europa civilizada y culta que siempre adoctrinó al resto del mundo, en particular a los negros, sobre cómo comportarse con la familia. Si este héroe (a quien desde estas líneas doy un abrazo) ordena sus ideas de las últimas semanas y las pone por escrito, ya tiene un éxito editorial en su cartera vacía de papeles, una obra que, según las trazas de los acontecimientos, supondría una vergonzosa descripción de ciertos aspectos de nuestra España actual, donde ya conocemos más de un caso donde madre, padre, o ambos a la vez aparcan al retoño porque acuden a la discoteca, al burdel o al apartamento por horas.

Velaba Dios en negro aquella noche, y lo que se trata de un caso grotesco de irresponsabilidad paterna no se convirtió en un nuevo luto por muerte de una menor bajo las ruedas de un vehículo, o caída por un barranco. Pero ahora ¿qué dios blanco protege a aquel ángel negro? Por causa de nacimiento, un acto execrable en el que un tipo comete una salvajada de ese calibre concluirá con una amonestación, tal vez una momentánea retirada de custodia o ya veremos, que en una juerga de copas y carmines de pago quién no ha olvidado una hija. Por causa de nacimiento, un señor con comportamiento ejemplar que vence el miedo a una posible situación para él incomprensible frente a las autoridades, puede ser deportado al territorio de miseria, hambre y presente perpetuo en ausencia de futuro, al que lo condenaron unos extraños dioses. Como vemos una cosmogonía loca se confabula en cualquier acto que los humanos practiquemos en este mundo enfermo que hemos construido. La pequeñina no sabía que su salvador arribaba casi en frágil ataúd a una playa donde no será bien recibido; el padre, indigno de esa fortuna hacía ostentación del nivel económico que a los occidentales blancos nos caracteriza, y el pobre ángel negro nos dio a todos una lección de una humanidad que el imaginario colectivo apenas le concede; sobre todo, en estos tiempos de lo que por estas tierras llamamos crisis, una leve merma en nuestros lujos que conlleva una inmensa mortandad por hambruna en África. Un final feliz para esta historia concluiría con un DNI y una medalla de honor.


José Luis González Vera