Pequeñas islas de bienestar

El 10 de diciembre de 1948 se aprobaba en las Naciones Unidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Su artículo 13 dice en el primer párrafo: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”.

El párrafo segundo dice: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país”.

Hace 57 años que se firmaba aquella declaración considerada un avance esencial para que, tras las dos guerras mundiales del siglo pasado, nuestro mundo fuera más humano.

Pasan los años y se produce la descolonización política de África. No ocurre lo mismo con la descolonización económica. Los países ricos seguimos necesitando de las materias primas de las antiguas colonias, y marcamos nosotros los precios de compra.

A los países de Europa, del norte de América y a algunos que se fueron añadiendo, como el caso de Japón, nos hicieron creer que nuestro nivel de vida era lo normal, los que estaban fuera de la normalidad económica y social eran los países pobres (en realidad la inmensa mayoría del planeta) y que ello se debía a viejos problemas estructurales, guerras tribales, males endémicos, corrupción interna… mientras nosotros seguíamos sacando, por la puerta de atrás, la riqueza que producían.

Nos hicieron creer que ellos, los países pobres, eran la excepción en un mundo de bienestar.

Era una bomba de tiempo que empezó a explotar. Dejamos de controlar el precio de materias primas como el petróleo y entonces inventamos las guerras preventivas con disculpas que nadie se creía. Establecimos leyes en el comercio internacional para seguir exprimiendo a los países pobres.

Y todo ello derivó en un proceso de inmigración masiva hacia el Norte, inmigración que declaramos ilegal, dándonos el derecho a reprimirla con la fuerza, aunque en 1948 esa circulación libre de personas la habíamos proclamado Derecho Humano Universal. Hace 57 años no esperábamos que aquel artículo 13 se volviera contra nuestros intereses económicos.

No habrá solución hasta que no miremos con objetividad la realidad de nuestro mundo.

La gran mentira del siglo XX fue hacernos creer que la situación de algunos países de Europa y del norte de América era lo normal. En realidad somos pequeñas islas de bienestar en medio de un inmenso mundo marcado por la pobreza, el hambre, la explotación y condenados a una muerte prematura.

Dejar de pensar que el Sol giraba en torno a la Tierra y que era al revés supuso un cambio en nuestra concepción del Universo. Dejar de pensar que el mundo pobre gira en torno a una minoría de países ricos supondrá un cambio radical en la concepción de nuestro mundo.

Si no lo hacemos, nuestro llamado estado de bienestar tiene un límite y de hecho ya está retrocediendo. Las consecuencias van más allá de lo previsible y las pagaremos todos.

¡Ojalá despertemos a tiempo!

J. Altavista, en Antena Misionera