El drama de los refugiados: una llamada a la acción

1. LOS DATOS

Desde hace varias semanas, los medios de comunicación no dejan de presentarnos escenas dramáticas de miles de personas que huyen de los varios países en conflicto en Oriente Medio. Comentamos y ponemos en común lo que cada uno conocemos de este problema. ¿Cómo nos hemos enterado? ¿Nos ha interesado el tema y hemos procurado informarnos mejor? ¿Qué situaciones nos han impactado más? ¿Qué sentimientos o reacciones han despertado en nosotros estas situaciones humanas?

¿Emigrantes o refugiados? Los problemas que originan estos dos tipos de personas son diversos. Muchos huyen de la pobreza (norteafricanos y subsaharianos) y buscan, con pleno derecho, unas mejores condiciones de vida. Los otros huyen de la guerra y de la destrucción total: buscan sobrevivir en paz y con seguridad.

Conocíamos el problema de los refugiados «desde lejos»: cuando los campos de refugiados estaban en Jordania, en Líbano, en Turquía. Hemos despertado cuando esta masa humana ha comenzado a buscar los países europeos y lo han arriesgado todo para llegar al «paraíso europeo», con sus escasas posesiones pero cargados de esperanza.

Y Europa ha comenzado a despertar. Está habiendo reacciones de rechazo y de cerrazón egoísta. Pero, sobre todo, se ha despertado una marea de solidaridad y de creatividad para organizar una generosa acogida de estas personas. Desde la Unión Europea, con la lentitud y las limitaciones de sus complejas estructuras, pero también desde cada País y desde las diversas instituciones, Iglesia, ONGs, ciudades, entidades, se están comenzando a estudiar fórmulas para acoger dignamente a estas personas y así dar respuesta a sus aspiraciones más legítimas: poder tener para sí y para sus hijos un futuro en paz, siempre con el deseo de volver a sus propios países en cuanto la situación lo permita.

2. LA REFLEXIÓN CRISTIANA

A los creyentes que vivimos en esta vieja y rica Europa, se nos ha planteado un grave problema de conciencia: estos refugiados son hermanos nuestros. Muchos comparten nuestra fe (están siendo expulsados de sus tierras precisamente por ser cristianos (Irak, Pakistán); otros tienen otros credos religiosos, pero están siendo víctimas de la misma persecución y del mismo radicalismo. Ante todo, son personas, son familias normales, trabajadores, empleados, profesionales, comerciantes, ancianos, mujeres, niños, todos víctimas de la misma situación.

Una primera reflexión viene a la mente: somos seguidores de Jesús de Nazaret, precisamente alguien que vivió la situación de “refugiado”. Leemos en el evangelio de San Mateo unas frases que nos dan la clave:

“El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 13-15).

¿Qué nos sugiere el hecho de que Jesús, al asumir su condición humana, haya vivido también esta condición concreta de «refugiado»? ¿Cómo imaginamos que vivirían María y José esta situación nueva e inesperada para ellos? ¿Modifica esta experiencia de la Sagrada Familia nuestra actual consideración hacia estas personas?

Ahora consideramos la actual crisis de los refugiados desde otro ángulo: el de los países que se ven «invadidos» por quienes huyen y que se ven interpelados y llamados a dar una respuesta humana, fraternal y, a la vez, urgente. ¿Conocemos ya respuestas que se están dando y que nos parecen positivas? ¿Nos parecen suficientes? ¿Van resolviendo estas primeras respuestas las situaciones de urgencia que se han presentado? ¿Las consideramos soluciones estables, o simplemente de primera emergencia?

Nos hacemos ahora otra pregunta, más directa: ¿Qué podemos hacer nosotros, desde aquí, con nuestras posibilidades concretas, como personas, como parroquia, como asociación? Unas muy recientes palabras del Papa Francisco, el pasado domingo 6 de septiembre, al terminar el “Ángelus”, nos orientan en la buena dirección:

“Ante la tragedia de decenas de millares de prófugos que huyen de la muerte por la guerra y por el hambre y se hallan en camino hacia una esperanza de vida, el Evangelio nos llama, nos pide que seamos «prójimos» de los más pequeños y abandonados. Que les demos una esperanza concreta. No solamente decir: “¡Animo, paciencia…!”. La esperanza cristiana es combativa, con la tenacidad de quien camina hacia una meta segura. 

Por eso, ante la proximidad del Jubileo de la Misericordia, dirijo una llamada a las parroquias, a las comunidades religiosas, a los monasterios y a los santuarios de toda Europa para que expresen la concretización del Evangelio y acojan una familia de prófugos. Un gesto concreto como preparación al Año de la Misericordia.

Cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada monasterio, cada santuario de Europa que hospede a una familia, comenzando por mi diócesis de Roma.

Me dirijo a mis hermanos Obispos de Europa, verdaderos pastores, para que en sus diócesis apoyen este llamamiento mío, recordando que Misericordia es el segundo nombre del Amor: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).” También las dos parroquias del Vaticano acogerán en estos días a dos familias de prófugos”.

3. NUESTRA RESPUESTA CRISTIANA

Ante esa situación humana y social, que se ha comparado con la de Europa al terminar la Segunda Guerra Mundial, se nos pide una respuesta. ¿Qué podemos hacer, que vamos a hacer cada uno, personalmente, o comunitariamente, para responder a esta llamada?

Se ofrecen algunas sugerencias: A nivel personal, colaborando económicamente con alguna entidad que esté ayudando a los refugiados; ofreciéndonos, si se nos pide, para prestar nuestro tiempo o cualquier otra posibilidad de ayuda (acompañamiento, traducciones, orientación…).

A nivel comunitario: ofreciendo locales, pisos, enseres, que faciliten la instalación de las familias que sean asignadas a nuestra provincia o diócesis.

Todas las sugerencias y los ofrecimientos que nuestra generosidad pueda imaginar, son bienvenidos. Entre todos, podemos ofrecer un testimonio de fraternidad y de solidaridad cristiana, junto a las demás acciones que desde otras instancias, puedan ponerse en marcha.