Los traumas de la guerra

Los trastornos mentales derivados de conflictos resultan tan graves como los físicos.

La peor herida es la que no ves. Permanece invisible y eso hace que nadie repare en ella y que hasta resulte frívolo tratar de curarla mientras los hospitales se llenan de mutilados, heridos de bala y mujeres violadas. Es uno de los problemas de los trastornos mentales en conflicto, que ni hay recursos para tratarlos, ni se considera una prioridad luchar contra ellos, ni dan la cara a la primera. Los ejércitos modernos llevan años estudiando sus efectos entre la tropa en los últimos conflictos. Por ejemplo, Estados Unidos hizo pruebas a sus veteranos de Irak y Afganistán. Un 16% de ellos (unas 40.000 personas entre soldados y oficiales) sufría alguno de estos síntomas o varios a la vez: ansiedad intensa, insomnio, pesadillas, paranoias, comportamientos psicóticos, brotes esquizofrénicos y depresiones severas que, en ocasiones, acaban en suicidio. El universo de los trabajadores humanitarios también trabaja en la prevención y tratamiento de los problemas mentales en las guerras. Existen numerosos estudios que documentan el impacto del trabajo de los cooperantes en su salud mental. En los últimos 15 años se ha producido un aumento imparable en las ONG para mejorar el ciclo de cuidado de los profesionales humanitarios. Hasta los reporteros enviados en zona de conflicto están comenzando a entender el problema del estrés postraumático y otros trastornos mentales derivados de la exposición a experiencias duras. Hay diario escandinavos que ya someten a sus informadores, de forma obligatoria, a dos semanas de terapia cuando regresan de una cobertura en el terreno. En cambio, para la población civil, la más expuesta a esta realidad y en situaciones de gran vulnerabilidad, el problema sigue teniendo proporciones desconocidas. Apenas hay profesionales que realicen evaluaciones, ni tiempo para realizar este tipo de terapias. A pesar de la escasez de estudios sobre las consecuencias mentales de las guerras, hay cierto consenso en afirmar que estos trastornos psicológicos lastran la recuperación de un país destruido más que las propias cicatrices físicas. EL MUNDO habla con tres psicólogos, desplegados en tres crisis diferentes, de la ONG Médicos del Mundo, una de las pocas organizaciones humanitarias que dedica parte de sus recursos a la salud mental de las víctimas. PalestinaLa historia de Palestina ha estado marcada por grandes conflictos y por su lucha contra Israel, lo que ha generado un estado de guerra de baja intensidad, pero de duración lo suficientemente prolongada como para afectar gravemente la salud mental de sus pobladores, quienes se han visto forzados a emigrar y han estado expuestos, de diferentes maneras, a expresiones de violencia declarada. La última: el recibimiento a tiros de las manifestaciones en la frontera por la llamada Marcha del Retorno, con decenas de muertos y cientos de heridos en la Franja de Gaza, el territorio más densamente poblado del planeta. Pocas regiones han sido más golpeadas por la Historia reciente. El psicólogo español Jesús Pérez, que trabaja en Cisjordania, asegura que "estas poblaciones suelen convivir sin acceso a recursos básicos como el agua, la comida o el abrigo, y sin relaciones afectivas estables". Eso acaba marcando una existencia en la que conviven con "la ansiedad y la depresión como los problemas más comunes entre la población. La incertidumbre sobre su situación (física, legal o laboral), las pérdidas sufridas (de casa, lugar, sociales o familiares) y la falta de la posibilidad de proyectar un futuro son los desencadenantes de la mayoría de la sintomatología psicológica que sufren estas personas". ¿Cómo se puede trabajar la salud mental en contextos difíciles y con tantas víctimas potenciales? "En el contexto de los conflictos actuales, donde las mujeres son violadas repetidamente, las personas torturadas, las familias desmembradas, las poblaciones de acogida son cada vez más hostiles y menos acogedoras... los mecanismos naturales de resiliencia de las personas se ven afectados y los problemas de salud mental se incrementan", cuenta Pérez. "Nuestros protocolos de intervención están diseñados para que tan pronto como se produce un incidente crítico y violento en una comunidad, un equipo de nuestros profesionales se desplace al terreno para realizar una primera valoración de daños y poder proporcionar una respuesta inmediata de salud mental". Como profesional de la salud mental, Jesús Pérez ha vivido muchas situaciones de violencia, pero la que más le marcó tuvo lugar "el 21 agosto de 2017. El ejército israelí demolió y confiscó las pertenencias de un jardín de infancia en Jabal Al-Baba, una comunidad beduina, ubicada al oeste de Ma'ale Adumim, el segundo asentamiento más grande de Cisjordania, apelando a que carecía de permiso de construcción. 16 niños, nueve niñas y tres maestras se vieron afectadas por la demolición y hubo que hacer una intervención de emergencia". "Ver el sufrimiento injustificado de los menores y sus reacciones ante esta violencia te impacta como profesional. La pérdida de aquella guardería produjo emociones difíciles de gestionar en esas edades, como miedo, tristeza y decepción. Su esperanza y sus expectativas, además, se vieron gravemente dañadas y limitadas".

Ruta de los refugiados. Desde el año 2015, Oriente Próximo, el norte de África y Europa viven un enorme éxodo, uno de los mayores en términos cuantitativos y también cualitativos. Desde Siria o Irak, más de un millón de personas han huido de la violencia atravesando al menos siete países con algunas travesías traumáticas, como el paso por el mar Egeo: Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia y Austria hasta llegar al corazón del continente. Pero los que vinieron después ya encontraron las puertas cerradas y malviven hacinados en campos en las islas griegas. El infierno de la guerra se ha transformado para ellos en un limbo precario y deshumanizador. Durante los peores días de esta crisis, con personas ahogadas en el Egeo prácticamente a diario, cientos de personas que veían por primera vez el mar se enfrentaban a una travesía nocturna e incierta en botes de fortuna, para muchos, la experiencia más traumática de sus vidas. En las playas del norte de Lesbos les esperaba un psicólogo voluntario irlandés que atendía casos de ansiedad y poco más. Muchos arrastran esa herida cuando llegan a Europa de manera aún más intensa que lo vivido en la propia guerra de la que huyen. En ese contexto trabaja la psicóloga de Médicos del Mundo Helena Martins dos Santos: "En los campos atendemos a muchas personas con problemas de sueño, pesadillas, flashbacks, sintomatología ansiosa y depresiva. Europa era percibida como un puerto seguro, pero muchos llevan ya años en campos de refugiados sin condiciones básicas, sin acceso a trabajo, educación, sin volver a una vida normal y bajo una restricción geográfica por los procesos de asilo desde el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía". Las víctimas requieren todo tipo de tratamientos y abarcan las cuestiones más básicas: "Recuerdo a una de las primeras personas refugiadas con las que trabajé. Era un señor de Sudán, ciego como consecuencia de las torturas que había sufrido. Lo que nos pedía era encontrar una escuela para aprender a leer en Braille. Era diplomado en Ciencias Políticas y quería aprender a leerlo para poder volver a trabajar. Era increíble su capacidad y sus ganas de recuperar la normalidad en su vida". En Grecia se da una circunstancia curiosa: a los refugiados les afecta tanto o más el estrés cotidiano que el estrés postraumático sobre vivencias del pasado: "Los traumas presentes se mantienen en lo cotidiano por las terribles condiciones de vida, pero la mayoría de las personas muestra mucha resiliencia". El desafío de tratar de problemas mentales a la población refugiada o en tránsito es "enorme, ya que a nivel mundial la mayoría de ellos viven en los países más pobres, donde ya para ciudadanos nacionales hay escasez de servicios sociales, de salud, de seguridad y los extranjeros se ven aún más afectados por estas limitaciones".

Pocos conflictos han sido tan sangrientos ni tan enquistados como los de los Grandes Lagos africanos. En las dos guerras civiles congoleñas han muerto cinco millones de personas desde 1994 en guerras que están lejos de cerrarse. En la región angoleña de Lunda malviven miles de refugiados por el conflicto congoleño y José María Freire trabaja como psicólogo para paliar los trastornos mentales en esas comunidades. "Los problemas más comunes de todas estas personas son el alejamiento de los lugares de origen, el estatus de refugiado no reconocido, el aislamiento físico de los campos, la inexistente capacidad para ganarse vida al perder el rol que venían desempeñando, la dificultad para trabajar y ser la fuente de recursos para la supervivencia de la familia. Todo esto dificulta el proceso de asentamiento y de normalización de sus vidas porque es una fuente constante de angustia y estrés. Además, se trata de una población en muchos casos desestructurada socialmente con familias rotas, con pérdidas múltiples y con mucha desinformación sobre la situación en su país de origen". ¿A qué personas afectan más los problemas mentales en estas situaciones? "Una vez consolidado el asentamiento de la población refugiada en los campos, toda la situación es una fuente permanente de estrés y de malestar psicológico, especialmente para los grupos más vulnerables: niñas y niños no acompañados, enfermos, mujeres solas, personas con discapacidades y personas ancianas", cuenta Freire. "Los procesos de reasentamiento de personas de un campo provisional a otro estable producen situaciones de revictimización".Si en el primer mundo este tipo de tratamiento ya resulta complejo, ¿cómo se puede realizar en entornos tan difíciles? "Se hacen intervenciones individuales, pero también se pone en marcha cualquier actividad que favorezca el apoyo en grupo, la psicoeducación, la búsqueda de recursos propios de la población refugiada y el desarrollo de una red de apoyos que proteja a las víctimas", comenta Freire.Si en las guerras del siglo XX se buscaba causar el mayor número de mutilados posible con balas más pequeñas que no matan pero sí hieren (la ciencia militar asegura que es mucho más costoso para el enemigo tener que curar a los heridos que enterrarlos), en los conflictos actuales los ejércitos y milicias pretenden desestabilizar al rival por medio de tácticas psicológicas que desmoralicen a la población. El daño físico que padece un niño soldado o una mujer violada en Siria, Sudán del Sur, Yemen o el Congo es grande, pero la herida psicológica puede ser incurable para toda la familia, a pesar de que, en un primer vistazo, nadie lo vea.

ALBERTO ROJAS