La pasta o la vida. Y ha sido la vida. La prueba ha llegado esta semana desde Níger en forma de foto. La niña ha regresado al centro con su madre para una revisión. Ya han desaparecido la diarrea y las fiebres. Aún conserva el pelo anaranjado del marasmo y el estómago un poco hinchada, pero también son evidentes esos incipientes mofletes y los brazos y las piernas que van ganando volumen. Zakia ya no tiene, al menos de momento, la amenaza del hambre sobre su cabeza.
Su historia debería ser la de millón y medio de niños en peligro de morir por culpa del hambre, un cuento con final feliz. No será el caso. Las organizaciones humanitarias y los gobiernos de la zona hacen lo que pueden para auxiliar a gentes azotadas año tras año por sequías, guerras y especulaciones agrícolas de consecuencias terribles.
Pero no llegan a todos porque llegar a todos es imposible con los recursos disponibles. Los sobres de comida se acaban, igual que los fondos. Hacen falta 700 millones de euros más y los países recortan estas partidas por culpa de la crisis económica. Ese mismo día, varios niños agonizaban en otro centro de niños desnutridos muy cercano al anterior. Muere aproximadamente el 5% de los pequeños ingresados en el centro. El problema, endémico en muchas partes del Sahel, requiere proyectos de desarrollo a largo plazo y no se solucionará este año repartiendo sobres de comida, pero al menos se salvarán vidas como la de Zakia, un ejemplo de resistencia.
