Mensaje de Navidad

Desde el inicio de su discurso a la Curia Romana,  el Papa centró sus palabras en subrayar que "la Navidad demuestra que los graves males cometidos por algunos nunca pueden eclipsar todo el bien que la Iglesia hace libremente en el mundo", porque la Navidad lo recuerda, cada año, que la luz de Dios seguirá brillando "a pesar de nuestra miseria humana" y que "todos los pecados, las caídas y el mal cometidos por algunos hijos de la Iglesia no oscurecerán nunca la belleza de su rostro" demuestran que su fuerza está en Jesucristo, Salvador del mundo.

 "En el mundo turbulento, este año la barca de la Iglesia ha vivido y sigue viviendo tiempos difíciles", golpeada por tormentas y huracanes: algunos han perdido la fe en ella y han empezado a abandonarla, otros "por miedo, por interés, por motivos ulteriores, han intentado golpear su cuerpo aumentando sus heridas; otros no ocultan su satisfacción al verla sacudida".

 Muchos, sin embargo, siguen aferrados a la certeza de que "las puertas del infierno no prevalecerán contra él"; de hecho, ningún acto humano puede impedir que la aurora de la luz divina renazca en el corazón de los hombres. El comienzo y el final del discurso del Papa Francisco son el marco de su reflexión sobre la vida de la Iglesia este año.

Erradicar el mal de los abusos

En su discurso, el Papa se centra en  las dificultades internas que "siguen siendo las más dolorosas y destructivas". Este año, Francisco reflexiona mucho sobre el tema del abuso sexual de niños por parte de miembros del clero, pero también sobre el tema de la conciencia y el poder.

Desde hace varios años -recuerda- la Iglesia está seriamente comprometida en "erradicar el mal de los abusos", que claman al Señor, que no olvida nunca el sufrimiento de muchos menores a causa de los clérigos y de las personas consagradas.

"La Iglesia, promete, hará todo lo necesario para llevar ante la justicia a los que han cometido abusos porque aún hoy, como le sucedió al rey David, hay "ungidos del Señor" que abusan aprovechándose de su poder y realizan "abominaciones"  y continúan ejerciendo su ministerio como si nada estuviera mal, por lo que desgarran el cuerpo de la Iglesia causando escándalos. Y "a menudo -nota- detrás de su comedida amabilidad" y "rostro angelical" esconden, sin vergüenza, a un lobo atroz. La Iglesia es también "víctima de esta infidelidad" y de "estos verdaderos y propios delitos de peculado".

 

El Papa. En este contexto, recuerda el pasaje bíblico del rey David. “El rey descuida su relación con Dios, infringe los mandamientos divinos, daña su propia integridad moral sin siquiera sentirse culpable. El ungido seguía ejerciendo su misión como si nada hubiera pasado. Lo único que le importaba era salvaguardar su imagen y su apariencia”.

Un rey acomodado no cae en la cuenta que la corrupción  se ha apoderado de él. Esta constatación la convierte el Papa en exigencia. Exigencia para enfrentar las propias responsabilidades con la justicia civil y con Dios y con la propia conversión personal.

La luz de Dios sigue brillando

El Papa insiste en los muchos sacerdotes, religiosos y religiosas que trabajan haciendo el bien en el mundo. Los mártires dan testimonio de sus vidas y compromiso con su pueblo. Igualmente, el papa,  agradeció a quienes trabajan en los medios de comunicación, que “han sido honestos y objetivos”, mostrando los casos, porque es más escandaloso encubrir la verdad.

El Papa nos invita a tener ánimo y esperanza en medio de la tormenta, de las tribulaciones: “La Navidad nos da cada año la certeza de que la luz de Dios seguirá brillando a pesar de nuestra miseria humana; la certeza de que la Iglesia saldrá de estas tribulaciones aún más bella, purificada y espléndida”.

La seguridad no viene de nosotros, “sino que está sobre todo en Cristo Jesús, Salvador del mundo y Luz del universo, que la ama y dio su vida por ella”.